6/12/08

Desde pequeña sentía cómo todo giraba en torno mío, excluyéndome yo misma de participar en las cosas que los demás hacían, creyendo que debía ausentarme y ser simplemente un observador que juzgara cada movimiento que se producía a mi alrededor. Yo misma creé un mundo aparte, sólo mío, donde todo lo que existía eran sueños y utopías. Todo y todos los que me rodeaban hacían y pensaban lo que yo deseaba. Aunque la realidad fuese todo lo contrario, no importaba. Si ocurría algo que no cuadraba con mi gran sueño, yo lo rechazaba y lo enterraba. Al enterrarlo creía que desaparecía, pero ahora descubro que todos esos cadáveres de ideas inservibles y de acontecimientos reales no están muertos ni enterrados, sino vivos y golpeándome el corazón, pidiendo a gritos a mi alma una salida. Al crear un mundo aparte, lo único que hacía era apartarme de mí misma, ya que yo sí quería participar y formar parte, pero el miedo, ante todo el miedo a mostrarme tal como era, me paralizaba y lo transformaba en autosuficiencia y autocompasión por mi incapacidad de abrirme y mostrarme vulnerable. Era una niñoa solitaria, melancólica, triste, estudiosa, responsable, pero ante todo y sobre todo, soñadora de fantasmas. Mi mente iba de un lugar a otro, de una persona a otra, sin detenerme a pensar; solamente mirando, observando y eligiendo, como quien elige flores para su jardín y rechaza otras tantas, sencillamente por su color, tamaño o forma. No miraba el contenido ni el interior, porque era incapaz de hacerlo. Sencillamente no podía, y cuando lo hacía, el dolor era tan grande que aprendí una técnica para no dejar que aquello que era tan claro y real me hiriese. Rechazaba, negaba todo lo que simplemente no me agradaba. Escapaba con una habilidad aprendida desde bebé por mí mismo, mi primer impulso creado por mí: la evasión. Muchas veces creo, al pensar en ese niño estudioso, lleno de esfuerzo y carisma, de curiosidad, de oídos y ojos abiertos, con ganas de aprender, que aprendí demasiado de prisa. Muy pronto resultó que la vida empezaba a dolerme.

Siempre hay polvo debajo de la cama

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